El Origen del Tarot: Entre Arcanos, Misterios y Sombras
Desde que el ser humano dejó de ser nómada y empezó a formar comunidades ha buscado respuestas en las estrellas, en los dioses y en los símbolos. En ese vasto océano de misticismo, hay un instrumento que ha atravesado siglos, culturas y continentes, cargada de símbolos enigmáticos y mensajes velados: el Tarot. En La Vereda Oculta, hoy abrimos la primera puerta de este sendero milenario para desentrañar los orígenes de uno de los misterios esotéricos más influyentes de la historia.
Contrario a la creencia popular que lo asocia únicamente con la adivinación, el Tarot tiene una historia mucho más profunda, rica y compleja. Lejos de ser una creación moderna del ocultismo del siglo XIX, sus raíces se hunden en las aguas turbias del simbolismo medieval, las rutas comerciales del Mediterráneo y las bibliotecas secretas del conocimiento prohibido.
La primera mención documentada del tarot como tal aparece en la Europa del siglo XV, específicamente en Italia. Allí, en las cortes del norte —en ciudades como Milán y Ferrara— se jugaba un juego de cartas conocido como "carte da trionfi" (cartas de triunfo), que más tarde se conocería como tarocchi. Estas cartas eran lujosamente ilustradas y estaban reservadas para la nobleza, utilizadas no para la adivinación, sino como entretenimiento. Sin embargo, el tarot no nació de la nada. Sus imágenes, ilustradas con simbolismo cristiano, pagano y astrológico, parecen derivar de tradiciones anteriores que se entrelazaron en el crisol cultural del Renacimiento.
Algunos investigadores sitúan el origen más remoto del tarot en el Antiguo Egipto, una teoría popularizada por ocultistas como Antoine Court de Gébelin en el siglo XVIII. Según esta visión, las cartas serían vestigios del "Libro de Thoth", un texto sagrado que contenía el conocimiento divino transmitido por el dios egipcio de la sabiduría. Aunque esta hipótesis ha sido desacreditada por los historiadores académicos modernos por falta de pruebas arqueológicas, no deja de ser curioso cómo esta interpretación resuena con la profundidad simbólica del tarot.
Otros enfoques señalan influencias de la cábala judía y la alquimia europea. La llegada de los gitanos a Europa también ha sido objeto de teorías especulativas, pues se ha sugerido que trajeron consigo cartas similares desde el Lejano Oriente o desde Egipto. Si bien no existe evidencia concreta que vincule directamente al tarot con estos pueblos nómadas, sí es cierto que durante los siglos siguientes muchos practicantes del arte adivinatorio —gitanos incluidos— lo adoptaron como herramienta mística.
Hacia el siglo XVI, las cartas de tarot comenzaron a evolucionar más allá de su función lúdica. Las imágenes de los arcanos mayores —como El Mago, La Sacerdotisa, La Muerte o El Diablo— comenzaron a ser interpretadas como arquetipos psicológicos y espirituales. Cada carta no solo representaba una figura, sino también un estado del alma, un momento en el ciclo de la vida o una lección del universo. Este enfoque fue cimentado con fuerza en los siglos XIX y XX por autores como Éliphas Lévi, Papus, Arthur Edward Waite y Aleister Crowley, quienes vieron en el tarot un mapa espiritual, una escalera mística hacia el conocimiento superior.
La publicación del Tarot Rider-Waite en 1909 marcó un antes y un después. Diseñado por Waite e ilustrado por Pamela Colman Smith, este mazo introdujo por primera vez ilustraciones completas en todos los arcanos menores, lo que facilitó su uso como herramienta adivinatoria y psicológica. Sus imágenes, ricas en simbolismo esotérico, numerología y referencias bíblicas, se convirtieron en el estándar de los lectores modernos y catapultaron al tarot al siglo XX con una nueva fuerza.
En paralelo, Aleister Crowley, el polémico mago británico, desarrolló su propio mazo: el Thoth Tarot, ilustrado por Lady Frieda Harris. Este mazo no solo incorporó simbolismo cabalístico y astrológico, sino que también propuso una visión más hermética y filosófica del tarot. En ambos casos, estas barajas se alejaban del enfoque meramente predictivo y abrazaban el tarot como una herramienta de transformación interna.
Durante el siglo XX, el tarot se integró a la psicología profunda gracias a figuras como Carl Gustav Jung. El padre de la psicología analítica descubrió en los arcanos una serie de arquetipos universales que resonaban con el inconsciente colectivo. Para Jung, las cartas eran espejos del alma, representaciones simbólicas de procesos internos que podían ayudar en la comprensión personal y en la integración de la sombra.
Hoy en día, el tarot vive una nueva edad dorada. Lejos de estar limitado al ámbito de lo oculto, ha sido abrazado por terapeutas, artistas, filósofos y buscadores espirituales de todo el mundo. Hay quienes lo utilizan como un diario simbólico, otros como guía emocional, y algunos como herramienta mágica. Existen miles de versiones del tarot, desde las más tradicionales hasta las más modernas y artísticas, adaptadas a casi cualquier cosmovisión imaginable.
Pero más allá del diseño o la tradición, el tarot sigue siendo lo que siempre ha sido: un espejo. Un espejo que no predice el futuro con certezas absolutas, sino que refleja posibilidades, caminos y advertencias. Un espejo que susurra, no grita. Que revela, pero no obliga. Que guía, pero no impone.
En La Vereda Oculta, abrimos esta serie como una invitación al misterio. Cada jueves, desnudaremos dos cartas del tarot, explorando su historia, su simbolismo, su interpretación y su impacto tanto en lo espiritual como en lo cotidiano. No es necesario ser un creyente ferviente ni un escéptico empedernido para dejarse seducir por el lenguaje simbólico de los arcanos. Basta con tener la mente abierta y la intuición despierta.
Quizás, al final de este viaje, no solo conocerás mejor las cartas… sino también a ti mismo.
Y ahora que han leído estas líneas, díganme… ¿alguna vez el tarot les ha llamado por su nombre en el silencio?
La respuesta, queridos amigos, está en sus manos. O quizás… en sus cartas.
Imagen por Mira Cosic, Astrologer en Pixabay
